martes, 3 de agosto de 2010

Reflexiones

Esta entrada no tendrá fotos, ni curiosidades, ni historias. Puede incluso que sea corto comparado con lo que anteriormente he escrito. Como he venido contando a lo largo de este viaje son muchas las experiencias, la gente conocida, los lugares descubiertos, pero sobre todo, son aún más las emociones, los pensamientos, los contrastes que día a día sigo encontrandome al caminar por cualquier calle. Durante el día todas esas emociones se pierden en el mar de la actividad, del ir y venir, de las cosas por hacer. Pero aquí hay menos ruido, menos mensajes constantes directos al cerebro, y después de cenar tranquilamente junto a mi familia de acogida tengo tiempo para pensar. Es entonces cuando aparecen todas esas pequeñas piedras que se van metiendo en mi zapato y que al alcanzar la noche se han convertido en una avalancha. Cuando recuerdo de donde he venido y donde estoy. Cuando pienso en los mios, como dice la letra de cierta canción, y me invade la morriña.

En la rutina de mis días he encontrado algo realmente valioso, algo que aprecio y saboreo en cada uno de sus instantes. Tiempo para pensar. Tiempo para tumbarme en la cama tranquilamente sin nada más que hacer, sin nada en la tele, sin ordenador o internet, sin un telefono que suene, sin música, tan solo el ruido familiar de las niñas y los perros, los grillos tras la ventana, un ocasional coche en la carretera. Puedo entonces pensar en calma.

Quizás sea la distancia, quizás sea lo distinto que son aquí las cosas, pero estando aquí veo mi vida, mi otra vida allá lejos, como otra distinta. Pienso en el futuro, en el pasado, en lo que quiero, en lo que puede cambiar, lo que pueda pasar... Algunas quedan sin respuesta, en esa parte excitante de lo desconocido.

También pienso en ese niño cargando madera, en el sudor de muchos por un puñado de córdobas, en la realidad que día a día se planta ante mi ojos sin complejos, sin afán de ningún tipo ni de pedir nada. Tan solo las cosas como son.

Se me agota el tiempo por hoy para está pequeña reflexión. Es hora de recoger, subir a un taxi destartalado y llegar a casa donde me esperan siempre sonrientes Leonela, Luci, Gretel y Hansel.

4 comentarios:

  1. ¡¡¡me fascinan los nombres de los niños!!!bromas aparte, es verdad que los ataques a nuestro cerebro, la sobreestimulacion, nos impiden disfrutar del vulgar pero valiosísimo silencio y de un ritmo sosegado en el que centrarnos en cada cosa dandole la importancia debida...aunque solo aprendas eso en ese viaje tuyo, creo que es una buena leccion...miles de besotes

    ResponderEliminar
  2. el silencio es importante para encontrarnos a nosotros mismos, y como dices, muchas veces nos perdemos entre la tele, el telefono, la sociedad que nos rodea y nos vuelve egoistas y dependientes de los bienes materiales, y a veces nos olvidamos de escucharnos, entendernos y descubrir lo que relamente queremos en la vida, quienes somos de verdad. Sigue descubriendote día a día, y siempre te sorprenderas a ti mismo y aprenderas cada día algo nuevo sobre ti y sobre el mundo. Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  3. Todo muy bonito, pero que no os pase como en la canción de Atahualpa, "Los ejes de mi carreta"...¿Os acordáis?...al final también descubres que necesitas que algo suene en tu vida.

    Un beso grande.

    ResponderEliminar
  4. Fantástico. É exactamente así :)

    ResponderEliminar